martes, 16 de octubre de 2007

En París, un fenómeno cultural en dos ruedas

En París, un fenómeno cultural en dos ruedas
Por Juana Libedinsky
Para LA NACION Ar

PARIS.- Después de festejar en Pizza Pino con "el muñeco" Gallardo a pocos metros -lo cual aumentó aún más la excitación de los muchachos de mi mesa en la tradicional pizzería de Champs Elysées donde se congregan los argentinos después de triunfos deportivos como el de los Pumas el domingo pasado-, necesitaba urgente un momento de heroína de Truffaut.

Por suerte ahora cualquiera -bueno, con un poco de imaginación- puede sentirse Jeanne Moreau andando en bicicleta por las calles de París como en las escenas más clásicas de Jules et Jim. El vélib, las bicicletas públicas de la ciudad, cuyo nombre es una mezcla de vélo (bicicleta) y liberté (libertad) ha devuelto a París la edad de oro del ciclismo urbano que Truffaut retrató en su film de 1962.

Y siendo Francia, naturalmente, la bicimanía se convirtió en un fenómeno cultural. Ya hubo un festival de cine (el "Paris Bike Film Festival") con películas en las que las dos ruedas son protagonistas. Siguieron exposiciones de arte como "Joy Ride", donde una veintena de artistas de vanguardia mostraron instalaciones, cuadros, fotos y esculturas alegóricas. El diseño industrial (de lujo, evidentemente) hizo eco con la bicicleta con cristales Swarovski presentada en la tienda cool/centro cultural Colette; en cuanto a la moda, basta entrar al Gucci de Avenue Montaige, para ver la bici que domina la sala y de la cual cuelgan los accesorios para el deporte más espectaculares (e igualmente caros) del universo.

Tan profundo caló el vélib que en los pocos meses desde su irrupción hasta afectó lo que los franceses más defienden de su cultura: el lenguaje. Por ejemplo, todos ya saben que es una vélibataire: una chica soltera (célibataire) muy sexy que usa su vélib para encontrar romance (la táctica más habitual es esperar al buen mozo de la fila y pedirle ayuda con el cajero automático que da tickets para sacar las bicis).

Lamentablemente, en mi único paseo, no logré parecerme ni a Jeanne Moreau ni a una vélibataire, sino más bien a alguno de los transpirados muchachos del Stade de France. No pierdo las esperanzas: mi vélib tenía una rueda pinchada. Quizás este domingo -con bicicleta sana y así menos esfuerzo-, si me gritan "Catherine", como la protagonista de Truffaut, hasta me dé vuelta.

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